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sábado, 10 de marzo de 2012

Puertas, Herrería y Balcones

 
 

La ciudad de Oaxaca es la hermana menor de las ciudades de México, Puebla, Morelia y Querétaro.






Se fundaron en los inicios del Siglo XVI y tienen en el elemento colonial un hilo conductor que las une a todas ellas.


 
Sin embargo, la ciudad de Oaxaca siempre fue la más provinciana de todas y ha tenido que luchar en contra de la naturaleza, pues las fuerzas telúricas cada medio siglo la dañan sensiblemente.




Sin tener el esplendor de”La Ciudad de los Palacios”, sin contar con la monumental cantera que tiene la antigua ciudad de Valladolid, ahora ciudad de Morelia.


 
Sin tener la continuidad arquitectónica que tiene la ciudad de Puebla, en donde podemos apreciar espléndidos edificios que van desde el Siglo XVI hasta el XXI y sin la saturada belleza de Querétaro.

 


 
La ciudad de Oaxaca posee algo que ninguna de estas ciudades tiene. Es una energía que emana de las más profundas entrañas de la tierra y que se conecta con el cielo.


En efecto, Monte Alban fue ubicado en este espacio por esas fuerzas telúricas y el Valle de Oaxaca es un punto de encuentro entre la Tierra y el Cielo. La Tierra es un ser vivo que tiene conciencia de Ser.

Pues bien, cada ser tiene partes más sensibles que otras. Oaxaca es uno de esos sitios donde la Tierra abre su percepción y entra en contacto con el mismo universo.

 

Esto nos afecta a las personas que vivimos en ella.






Como diminutos seres que vamos y venimos sobre su inmenso vientre, la Tierra nos “traspasa” con sus campos energéticos que entran en comunión con el universo.

 

 
Y aunque no poseemos la sensibilidad y la conciencia del fenómeno, si apreciamos sus efectos en nuestro espíritu y en nuestro estado de ánimo.


 
Porque eso es Oaxaca… un estado de ánimo, una actitud, una quietud interior que nos despierta de nuestra acostumbrada modorra existencial.

 



Por eso, caminar por sus calles, bajo un inmenso y limpio cielo azul plomizo.







Ver la sencillez de su modesta arquitectura habitacional, hecha de un noble y humilde adobe, con vigería y en algunos casos podemos todavía encontrar teja.

 


 
Disfrutar los contrastes cromáticos que no dejan de sorprendernos y extasiarnos, por su ingenuidad o por su atrevimiento.






De momento da la sensación que las calles se convierten en una paleta de un artista donde los colores salpican sin respeto todos los espacios.




 
La admiración no tiene límites en la herrería. Tenemos ejemplares del siglo XVI que todavía están cumpliendo cabalmente su cometido.






Con su hermético estoicismo el hierro forjado, burdo y noble, sigue salvaguardando con sobriedad y belleza las puertas, ventanas y balcones de esta bella ciudad.


Caminar por las calles de Oaxaca sin rumbo fijo, guiados por la intuición o el placer estético.






Descubriendo con asombro los colores, las texturas, las sencillas formas de la herrería o los vetustos portones.






Es toda una “lujuria callada” que solo se puede compartir con un corazón luminoso.



Bendita y noble ciudad que a pesar de las fuerzas telúricas sigues testarudamente cobijando esperanzas y anhelos de sus habitantes.

Es solo gracias a la energía espiritual que emana esta Tierra que sus habitantes una y otra vez, la han levantado de sus escombros.
Gruesos muros de adobe que no solo resisten el tiempo, sino estas furiosas sacudidas, que como dice el tlamatinime Ángel Xochimacpictli, “cuando la tierra tiembla, es que entra en contradicción con las fuerzas del universo”.




Oaxaca ofrece algo mucho más importante que sus zonas arqueológicas, su exquisita cocina, su inagotable venero de arte popular, su sabroso mezcal, sus monumentales templos y ex conventos, su complejo y saturado calendario de fiestas y tradiciones.

 
Algo más  que sus maravillosos e increíbles mercados, su rica y variada cultura popular.





Oaxaca le ofrece a los visitantes un elemento “intangible” que no encuentra en ninguna otra ciudad capital de México.

 

 
Oaxaca le permite un encuentro con la fuerza inconmensurable del espíritu. Esta es la razón por la cual Oaxaca es la reserva espiritual de México.

 

 
En efecto, Oaxaca es la reserva espiritual de México, puerta invisible al mundo sagrado y místico de nuestra ancestral civilización.

 

 
A aquella parte espiritual olvidada. Oaxaca representa el contacto con lo más íntimo y desconocido de nosotros mismos.

 

 
La herencia más importante de Los Viejos Abuelos, aquellos intrépidos constructores de Monte Alban, Mitla, Yagul, Dainzú, indiscutiblemente es el potencial espiritual y en Oaxaca, lo que subyace a flor de piel, es la presencia de esa esencia espiritual.

 

 
La podemos encontrar lo mismo en el maravilloso equilibrio que proyecta Monte Alban, que en la majestuosidad y altivez del templo de Santo Domingo de Guzmán.


 
Pero este embrujo esta presente en sus calles, en sus plazas, en sus sencillas casas de adobe. Los habitantes lo manifiestan en su cotidiano vivir.






En ese increíble zócalo dominguero, con su banda de música, sus niños y sus globos.
 
 

Disfrutar la ciudad de Oaxaca, es disfrutar del Espíritu humano.





Es por eso, que todavía posee esa calidad de vida que hace que el visitante se enamore y que sienta que algo muy íntimo de su propio Ser, esta depositado en sus calles, casas, puertas y balcones.








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