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sábado, 7 de abril de 2012

La casa del maestro Rodolfo Morales en Ocotlán.

Dedicado a Rosa MaríaBerúmen Félix
Septiembre de 2006





Cuenta la sabiduría popular… “que era un hombre tan pobre, tan pobre…que lo único que tenía era dinero”.





El maestro Rodolfo Morales fue un espíritu noble y sencillo. Aunque salió a los 23 años de su natal Ocotlán, el recuerdo de su primera infancia en su pueblo, siempre estará presente en su vida y en su obra.






Su generosidad no tuvo límites para su pueblo.


 




La vida me dio la oportunidad de conocer en tres momentos diferentes al maestro Rodolfo Morales. Al final de la década de los años sesentas, vivía en la calle de Xicoténcatl en Coyoacán.





Y en la esquina de Corina y Xicoténcatl existía un café llamado “La Hiedra” y un pequeño museo de escultura. El maestro era muy amigo de la mamá de una amiga.





La señora Geles Cabrera era la mamá de Erika y el centro de un puñado de artistas e intelectuales que se reunían en ese café, que luego nosotros como jóvenes “nos lo apropiamos” y compartimos “con ellos” el espacio sagrado.





Fueron años turbulentos, tanto por ser los de mi adolescencia, como por haberse dado la revuelta estudiantil del 68 y en el que el café La Hiedra fue punto de reunión y discusión de la vida política que conmocionaba al país.


 



 

El recuerdo que tengo de “Rodolfito”, como le decían sus amigos de aquél entonces, es muy vago. Siempre muy callado y tímido. En ese entonces, el maestro Morales trabajaba como profesor de dibujo en una escuela secundaria en el D.F.


 



 

Muchos años después, ya en Oaxaca, una vez Silvia María Zúñiga, quien era la Subdirectora de la Casa de la Cultura Oaxaqueña, me propuso incluir en el programa “Oaxaca, sus hombres y sus obras” a un paisano de su natal Ocotlán, que había regresado a vivir al pueblo y que era un pintor.


 



 

La institución la hacía un homenaje a aquellas personas que sin ser “gente importante” eran la parte viva de la cultura de la comunidad.


 



 

De esta manera conocí por segunda ocasión al maestro Morales. En 1985 no “era famoso” y habiéndose jubilado en el D.F. pretendía regresar a vivir al pueblo.






La ceremonia fue muy sencilla pero emotiva y le entregamos la “Medalla Casa de la Cultura Oaxaqueña” y un diploma, que siempre guardó con mucho aprecio y que hoy está en el museo del ex-convento de Santo Domingo en Ocotlán.
 



 

La relación posterior fue cordial, pero distante. En cuanto el maestro Morales cobró fama, gracias al reconocimiento que le hizo su paisano el maestro Rufino Tamayo, quien al presentarlo dijo de él, “este nuevo pintor a quien me complazco de presentar a los amantes de la pintura, es a no dudarlo, ese soplo de aire limpio que nos ha de devolver nuestra alegría de vivir.”




 

“Su pintura, como es fácil comprobar, no está hecha tan solo con la mente, sino principalmente con el corazón.”






Aunque el maestro Morales nunca perdió su sencillez y amabilidad, lo cierto es que la fama hizo que legaran a rodearlo mucha gente que siempre quiso sacar de él, alguna ganancia.


 



 

Como siempre fue un hombre solitario y no tuvo familia, una vez me comentó que el dinero que él ganaba con la venta de su cotizada obra, lo dedicaría a preservar el patrimonio cultural de su pueblo.


 




 
Posteriormente creó una fundación y no solo apoyó a Ocotlán, sino a muchos pueblos de la región, en la recuperación y preservación de sus maravillosos templos. Su obra más conocida es el templo y ex-convento de Santo Domingo de Guzmán en Ocotlán.


 

  

Los caminos de la vida nos separaron. En enero de 2001 partí para vivir en California, ese mismo día, el maestro partió a la eternidad.


 




 
La sensibilidad y la ternura son los elementos más importantes de su obra plástica. La generosidad es lo más sobresaliente de su forma de vida. Rodolfo Morales fue un hombre sencillo, sin pretensiones, que a pesar de su timidez, siempre abrió su corazón a la gente que le rodeó y le entregó todo a su pueblo.


 




 

El maestro Rodolfo Morales, además de su obra y su ejemplo, nos ha dejado su casa, para que cualquier visitante que legue a Ocotlán pueda compartir con su espíritu los amplios corredores, ver con asombro su cocina, con admiración su estudio y con cierto morbo, todas aquellas piezas que él coleccionó y que adornan esta esplendida casa del Siglo XVI.





 






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