Cada día de la semana en los Valles de Oaxaca se pone un tianguis. Esto es una tradición ancestral que tiene miles de años. Sin embargo, para los días previos a la “Fiesta de día de Muertos” todas las plazas hacen su “mercado de muertos”. Zaachila no podía ser la excepción
La Fiesta de día de Muertos es para los mexicanos en general un día
muy importante, pero para los oaxaqueños en especial, es un día relevante, toda
vez que es una tradición que fácilmente tiene 35000 años de llevarse año tras
año en lo que hoy forma parte del territorio nacional.
En efecto, “Oaxaca es la reserva espiritual de México”, porque en
sus 16 pueblos anahuacas se guarda viva la raíz más profunda de nuestra
identidad cultural. Los Viejos Abuelos siguen vivos y se perpetúan en los
llamados pueblos indígenas del país y Oaxaca es el estado con mayor presencia
indígena y con el mayor número de culturas originarias.
Los oaxaqueños viven la muerte con pasión y devoción. Es más que
una fiesta o una tradición. Es una forma de mantenerse apegados a la esencia
más fuerte de nuestra identidad. Dos civilizaciones en la Historia de la
Humanidad le han rendido un culto muy relevante a la Muerte: Egipto y el
Anáhuac (México).
El oaxaqueño vive la muerte porque tiene conciencia de la vida.
Intuye en su “memoria genética” que vida y muerte es una misma realidad. Para
tener conciencia de la vida se necesita tener conciencia de la muerte. Vivimos
para morir y morimos como hemos vivido. En esencia entonces, La Fiesta de día
de Muertos resulta una exaltación a la vida eterna.
De modo que la gente “hace su gasto” para los difuntos y en ello
vive con ellos su muerte. Se hace comida, pan y dulces especiales para la
ocasión. Pero lo más importante, se pone el Altar de Muertos para recordar a
los difuntos. Para no olvidar de dónde venimos y saber en dónde estamos. Para
darnos cuenta que la vida no es eterna y que pronto nos iremos con los que se
adelantaron.
A la casa y a la mesa vienen los parientes y amigos. Se toma mezcal
y se platica. Se recuerda a los que se fueron y no llegaron este año a la
fiesta. Los niños escuchan las pláticas de los padres y los acompañan al
mercado. Todo con pasión por los difuntos, que por el amor y la tradición
siguen entre nosotros.
Seguramente desde el año 1300 a.C. ya en lo que hoy conocemos como
San José del Mogote, en el Valle de Etla, los ancestros ya tenían sus
ceremonias para El Señor y la Señora de la Muerte. Y para hace dos mil años ya
se iniciaba la construcción de lo que hoy conocemos como la zona arqueológica
de Mitla en el Valle de Tlacolula. De modo que el culto a la muerte en Oaxaca
es uno de los más antiguos del mundo.
Y desde aquellos lejanos tiempos, ya nuestros Viejos Abuelos
rendían culto a la Muerte con flores y luces. Porque el oaxaqueño vive la
Fiesta de día de Muertos en un mar de flores de muchos colores. Las casas se
llenan de colores, aromas, frutas, dulces, panes, chocolate, copal y veladoras.
Los difuntos son recordados y bienvenidos, se comparte con ellos en las
pláticas salpicadas de recuerdos.
Pero debemos de reconocer que entre tantos productos especiales
para los muertos, es el pan el más característico. Y esto nos habla del rico
sincretismo cultural. De la capacidad de apropiación de la milenaria
civilización que ha pesar de vivir cinco siglos en la exclusión, ha sabido
crear una cultura de resistencia y apropiarse de elementos culturas ajenos y
hacerlos parte fundamental de lo propio.
Esa es precisamente la fuerza y la virtud de nuestra Cultura Madre.
Ha sabido sabiamente apropiarse de muchos elementos culturales venidos, nos
solo de Europa, sino de África y Asia, para convertirlos en “algo
propio-ajeno”. Es decir, es “nuestros” pero no nació entre nosotros. Como son
la bandas de aliento, el idioma español, el reboso y mil y un objetos y
tradiciones que hemos hecho “nuestras” por propia elección. Lo que nos hace más
ricos y más fuertes, porque no existen en el mundo “las culturas puras”.
De modo que ir a los “mercados de muertos” en Oaxaca, es un placer
y homenaje a la vida. Nos demuestra que somos, a pesar de los pesares, un
pueblo vivo y vibrante. Que sigue fiel a sus más antiguas y milenarias
tradiciones. Nos demuestra que la cultura es algo vivo y cambiante. Que
mientras mantenga “el fondo”, que es de carácter espiritual, no importa que “la
forma” vaya cambiando con el tiempo.
Oaxaca, como todos los pueblos vivos de origen ancestral esta
cambiando. “La modernidad”, que no es otra cosa que el consumismo esta
afectando a todos los pueblos del mundo. La resistencia cultural por mantener
un sentido humano en el mundo y a la vida misma se da en todas partes. Pero en
Oaxaca se hace con pasión y devoción. El oaxaqueño es un pueblo místico y
espiritual, que milenariamente ha mantenido el culto a sus muertos.
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