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sábado, 5 de enero de 2013

Mercado de muertos en Zaachila


Cada día de la semana en los Valles de Oaxaca se pone un tianguis. Esto es una tradición ancestral que tiene miles de años. Sin embargo, para los días previos a la “Fiesta de día de Muertos” todas las plazas hacen su “mercado de muertos”. Zaachila no podía ser la excepción


La Fiesta de día de Muertos es para los mexicanos en general un día muy importante, pero para los oaxaqueños en especial, es un día relevante, toda vez que es una tradición que fácilmente tiene 35000 años de llevarse año tras año en lo que hoy forma parte del territorio nacional.

En efecto, “Oaxaca es la reserva espiritual de México”, porque en sus 16 pueblos anahuacas se guarda viva la raíz más profunda de nuestra identidad cultural. Los Viejos Abuelos siguen vivos y se perpetúan en los llamados pueblos indígenas del país y Oaxaca es el estado con mayor presencia indígena y con el mayor número de culturas originarias. 

Los oaxaqueños viven la muerte con pasión y devoción. Es más que una fiesta o una tradición. Es una forma de mantenerse apegados a la esencia más fuerte de nuestra identidad. Dos civilizaciones en la Historia de la Humanidad le han rendido un culto muy relevante a la Muerte: Egipto y el Anáhuac (México).

El oaxaqueño vive la muerte porque tiene conciencia de la vida. Intuye en su “memoria genética” que vida y muerte es una misma realidad. Para tener conciencia de la vida se necesita tener conciencia de la muerte. Vivimos para morir y morimos como hemos vivido. En esencia entonces, La Fiesta de día de Muertos resulta una exaltación a la vida eterna.

De modo que la gente “hace su gasto” para los difuntos y en ello vive con ellos su muerte. Se hace comida, pan y dulces especiales para la ocasión. Pero lo más importante, se pone el Altar de Muertos para recordar a los difuntos. Para no olvidar de dónde venimos y saber en dónde estamos. Para darnos cuenta que la vida no es eterna y que pronto nos iremos con los que se adelantaron. 

A la casa y a la mesa vienen los parientes y amigos. Se toma mezcal y se platica. Se recuerda a los que se fueron y no llegaron este año a la fiesta. Los niños escuchan las pláticas de los padres y los acompañan al mercado. Todo con pasión por los difuntos, que por el amor y la tradición siguen entre nosotros.

Seguramente desde el año 1300 a.C. ya en lo que hoy conocemos como San José del Mogote, en el Valle de Etla, los ancestros ya tenían sus ceremonias para El Señor y la Señora de la Muerte. Y para hace dos mil años ya se iniciaba la construcción de lo que hoy conocemos como la zona arqueológica de Mitla en el Valle de Tlacolula. De modo que el culto a la muerte en Oaxaca es uno de los más antiguos del mundo.

Y desde aquellos lejanos tiempos, ya nuestros Viejos Abuelos rendían culto a la Muerte con flores y luces. Porque el oaxaqueño vive la Fiesta de día de Muertos en un mar de flores de muchos colores. Las casas se llenan de colores, aromas, frutas, dulces, panes, chocolate, copal y veladoras. Los difuntos son recordados y bienvenidos, se comparte con ellos en las pláticas salpicadas de recuerdos.

Pero debemos de reconocer que entre tantos productos especiales para los muertos, es el pan el más característico. Y esto nos habla del rico sincretismo cultural. De la capacidad de apropiación de la milenaria civilización que ha pesar de vivir cinco siglos en la exclusión, ha sabido crear una cultura de resistencia y apropiarse de elementos culturas ajenos y hacerlos parte fundamental de lo propio.

Esa es precisamente la fuerza y la virtud de nuestra Cultura Madre. Ha sabido sabiamente apropiarse de muchos elementos culturales venidos, nos solo de Europa, sino de África y Asia, para convertirlos en “algo propio-ajeno”. Es decir, es “nuestros” pero no nació entre nosotros. Como son la bandas de aliento, el idioma español, el reboso y mil y un objetos y tradiciones que hemos hecho “nuestras” por propia elección. Lo que nos hace más ricos y más fuertes, porque no existen en el mundo “las culturas puras”.

De modo que ir a los “mercados de muertos” en Oaxaca, es un placer y homenaje a la vida. Nos demuestra que somos, a pesar de los pesares, un pueblo vivo y vibrante. Que sigue fiel a sus más antiguas y milenarias tradiciones. Nos demuestra que la cultura es algo vivo y cambiante. Que mientras mantenga “el fondo”, que es de carácter espiritual, no importa que “la forma” vaya cambiando con el tiempo.

Oaxaca, como todos los pueblos vivos de origen ancestral esta cambiando. “La modernidad”, que no es otra cosa que el consumismo esta afectando a todos los pueblos del mundo. La resistencia cultural por mantener un sentido humano en el mundo y a la vida misma se da en todas partes. Pero en Oaxaca se hace con pasión y devoción. El oaxaqueño es un pueblo místico y espiritual, que milenariamente ha mantenido el culto a sus muertos.
 
 
 

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